La santidad no es una lista de prohibiciones, sino una respuesta de amor a un Dios santo. En un mundo que promueve valores contrarios a la Palabra, mantenernos firmes en la verdad es un acto de adoración. "Sed santos, porque yo soy santo" (1 Pedro 1:16). Esto implica tomar decisiones diarias que honren a Dios, incluso cuando nadie nos vea.
La santidad no nos aleja de la sociedad, sino que nos posiciona como luz en medio de la oscuridad. Es posible vivir con integridad sin perder la relevancia en el mundo actual. Pidamos al Espíritu Santo que nos guíe, recordando que nuestra mayor identidad está en Cristo, no en las tendencias pasajeras.